domingo, 21 de febrero de 2010

cafe Formarte JUEVES 25 de febrero: LOS SUPER HËROES: la delgada fraja de la ficción AUDITORIO 2 PM

0.- INTRODUCCIÓN "¡Justo cuando un planeta lejano era destruido, un científico colocó a su hijo pequeño en un cohete que lanzó en dirección a la Tierra! Cuando el cohete aterrizó, un motorista que pasaba cerca, al descubrir al niño, lo entregó a un orfanato. Los funcionarios, que no eran conscientes de que la estructura física del niño estaba avanzada millones de años respecto a la suya, quedaron asombrados ante su tremenda fuerza. Al alcanzar la madurez, el joven descubrió que podía saltar desde un edificio de veinte pisos, correr más rápido que un expreso ... ¡Y además su piel era inmune a las balas! Desde un principio, Clark decidió usar su fuerza titánica de manera que la Humanidad se beneficiara de ella. Y así, nació ... ¡Superman! Campeón de los oprimidos, la maravilla física que juró dedicar su existencia a ayudar a quienes lo necesitaran". (Jerry Siegel y Joe Shuster. Primera aventura de Superman: junio 1938) En el año 1933 dos adolescentes de Cleveland, Jerry Siegel y Joe Shuster, dieron vida a un personaje que vio la luz en las páginas del fanzine Science Fiction como protagonista del relato titulado "El reinado del Superhombre". Su nombre era Superman[2] y todavía tardaría algunos años en llegar al universo del cómic. Fue en junio de 1938, en plena efervescencia prebélica y en pleno auge de la interesada interpretación que la Alemania nazi hizo del concepto nietzscheano de superhombre, cuando el Superman que hoy conocemos apareció en el número 1 de Action Comics con la caracterización que ha servido para abrir esta reflexión. Acababa de nacer el primer superhéroe. Junto a las evidentes reminiscencias nietzscheanas (o más bien antinietzscheanas) presentes en el nombre, otras voces y otros héroes nos llegan asociados a este último heredero del planeta Krypton enviado a la Tierra en una nave por su padre, salvándolo así de la muerte individual y garantizando de paso la pervivencia de su especie. Para los descendientes de la tradición judeocristiana, la primera conexión se establece en forma de cesta de mimbre untada con barro y pez. Ha sido depositada entre los juncos del Nilo y dentro va Moisés, el futuro libertador del pueblo de Israel. Asimismo, como señala Román Gubern[3]: "Superman, como el Gilgamesh babilonio, es en parte dios y en parte mortal. Su fuerza física le convierte en un homólogo del Herakles griego o del Hércules romano. Pero, pese a su fuerza, padece una vulnerabilidad específica a la kryptonita, como les ocurrió a Aquiles, a Sigfrido o Sansón. Es, además, el protector de Metrópolis, como los animales totémicos de muchas tribus. Y Umberto Eco ha podido referirse al "parsifalismo" del personaje". Por su parte, Joseph Campbell, recordándonos que pocas cosas hay nuevas bajo el sol y que los principios generales encarnados en los mitos se renuevan en otros mitos, nos ofrece las historias de infancia de algunos personajes que también podemos considerar cercanos a nuestro héroe[4]: "El rey Sargón de Agade (hacia 2550 a.C.) nació de una madre de clase baja. Su padre es desconocido. Se le echó en una canasta de juncos a las aguas del Éufrates y fue descubierto por Akki, el agricultor, a quien fue traído para trabajar de jardinero. La diosa Ishtar favoreció al joven. Así llegó a ser, finalmente, rey y emperador, y adquirió renombre como el dios vivo. Chandragupta (siglo IV a.C.), el fundador de la dinastía hindú Maurya, fue abandonado en una vasija de barro en el umbral de un establo. Un pastor descubrió al niño y lo adoptó. Un día que jugaba con sus compañeros al juego del Gran Rey en el Trono del Juicio, el pequeño Chandragupta ordenó que al peor de los delincuentes se le cortaran las manos y los pies, y luego, a su orden, los miembros amputados volvieron inmediatamente a su lugar. Un príncipe que pasaba contempló el juego milagroso, compró a la criatura en mil harshapanas y en su casa descubrió por señales físicas que era un Maurya. El Papa Gregorio el Magno (540?-604) nació de unos nobles gemelos que a instigación del diablo habían cometido incesto; su madre, arrepentida, lo envió al mar en una pequeña caja. Fue encontrado y recogido por unos pescadores y a la edad de seis años fue enviado a un claustro para ser educado como sacerdote. Pero él deseaba la vida de un noble guerrero. En un barco, fue llevado milagrosamente al país de sus padres, donde ganó la mano de la reina, quien posteriormente resultó ser su madre". El primer superhéroe nace, pues, con una vocación de continuidad con respecto a otras figuras que, como él, han sido fundamentales en los procesos de construcción identitaria de sus respectivos pueblos y sociedades. Encarna los mismos principios básicos y se materializa a través de mecanismos similares. Al igual que Moisés con el pueblo judío, Eneas con el romano o Roldán para una cristiandad en lucha con el islam, Superman o el Capitán América constituyeron valiosas referencias en la creación y consolidación de la imagen que el pueblo norteamericano[5] tiene de sí mismo, de los otros y de su destino. El hecho de que, frente a los héroes anteriormente mencionados, los superhéroes posean un carácter ficticio por todos asumido no resta fuerza a su capacidad para simbolizar los sueños y valores de la sociedad que los creó y que, en cierto modo, fue creada por ellos. Pero hay otra cuestión que no podemos dejar de lado: la hegemonía de Estados Unidos durante los últimos cincuenta años y la integración de sus referentes culturales en otras sociedades, vía colonización política, económica o ambas a la vez. Desde esta perspectiva, los superhéroes también han contribuido a establecer en los otros una imagen del pueblo norteamericano, bien como poderoso enemigo al que hay que temer o frente al que hay que resistir, bien como parte de una identidad propia en la que, nos guste o nos pese, la festividad de Todos los Santos y el tinto de verano comparten espacio simbólico con la Coca Cola y las calabazas de Halloween. Sin embargo, a pesar de su innegable identificación con la sociedad y la cultura norteamericana del siglo XX, el de superhéroe no es un concepto monolítico, porque tampoco lo fue nunca el de héroe: · Como punto de llegada de las diversas encarnaciones históricas de la figura heroica, en el superhéroe encontramos desde los atributos del héroe fundador de una colectividad como Eneas hasta el desdén individualista de un Pechorin o un Lord Byron, presentes en el Batman recreado por Miller, en el Comediante del Watchmen de Moore o en múltiples supervillanos. · Al igual que la propia sociedad norteamericana, el superhéroe es un concepto mestizo que reúne mitos, leyendas y tradiciones históricas diferentes. Hércules y Thor se dan la mano con Arturo y con las divinidades africanas. · Las contradicciones y transformaciones sociales, reflejadas en los cambios de autopercepción de dicha sociedad, han hecho mella en la estabilidad del superhéroe llevándole a recorrer un camino que, hablando en términos musicales y cinematográficos, nos conduce desde la épica luminosidad de John Williams y Richard Donner al oscuro expresionismo de Danny Elfman y Tim Burton. A lo largo de casi setenta años hemos podido ver a nuestros personajes cambiar de ideales y de enemigos (de los nazis a los rusos, de los rusos a los vietnamitas y de éstos a los terroristas árabes). Los hemos contemplado sufriendo crisis que les han llevado a abandonar su tarea (el Capitán América al descubrir detrás de una conspiración al propio presidente de Estados Unidos). Los hemos visto integrar las diferentes fracturas y reconstrucciones sociales (Vietnam en Spiderman, la emancipación de la mujer con Thundra, Tigra, Red Sonja o Tormenta, el black power con Luke Cage-Powerman, el orgullo gay con Leatherboy de Craig Maynard o Inmola y la Legión de la Luna de Joan Hilty, las minusvalías con Alicia Masters o Daredevil). Los hemos sorprendido traspasando las fronteras del bien y el mal (la Jean Grey de los X-Men convertida en Black Phoenix). Y, al hilo de la postmodernidad, hemos descubierto a una sociedad que se niega a verse reflejada en la figura de un vigilante a quien nadie vigila o, aún peor, en la de un ridículo tipo enmascarado vestido con colores chillones y mallas. Desechando por tanto de entrada el camino que adoptan con frecuencia las discusiones sobre la dimensión propagandística de la figura del superhéroe, es decir, su simplista reducción a los parámetros de lo que se suele definir como "imperialismo fascista norteamericano", este trabajo se plantea de una forma bastante modesta los objetivos siguientes: 1. Reflexionar acerca del superhéroe como principio constructor de un discurso identitario, articulado en torno al binomio fundamental inclusión/exclusión. 2. Definirlo como último estadio de la trayectoria heroica, poniendo de manifiesto su similitud con otras figuras en cuanto a principios y mecanismos constructivos a pesar de una radical diferencia derivada del carácter de mercancía de los cómics de superhéroes. Mostrarlo como una noción abierta y dinámica en virtud del principio de percepción diferencial: el superhéroe no sólo será interpretado de forma distinta según se esté "dentro" o "fuera", sino que desde dentro del "dentro" también propiciará apropiaciones diferentes a lo largo del tiempo. Analizarlo a la luz de la crisis de identidad de las sociedades occidentales finiseculares, bautizadas como postmodernas. ver el articulo completo en: http://www.um.es/tonosdigital/znum8/estudios/13-supertonos.htm

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